lunes, 19 de octubre de 2009

Aniquilado por viejo

Seguramente recuerde usted algún edificio ruinoso, alguna casa destruida por el tiempo y abandonada de sus cuidados por el hombre. Quizá al verla no se detenga en pensar que pasó con ella, cuales poderosos motivos la dejaron al olvido.

Las casas, los castillos, las iglesias y otras construcciones públicas o privadas abandonadas adquieren con el tiempo el testigo de las vidas que allí se cruzaron, la mayoría anónimas, otras con gloria o desgracia en las páginas de la historia del lugar.

En cualquier caso, parece que cuando se contempla la ruindad de una construcción se quiebra una parte de nosotros, quizá la parte que nos ata y que satisface la necesidad humana de instalarse y vivir en una sociedad a la que se le exige y, a su vez, se le aporta algo. El abandono implica un rechazo a la continuidad, constituyendo una forma más de negación a una parte de la dimensión social del hombre. No solo hay que pensar en el desprecio por la historia, por nuestra historia, al contemplar la dejadez y la despreocupación por lo viejo. Hay algo que trasciende en todo esto. Ustedes creen que una sociedad que protege y cuida su pasado olvidaría a sus viejos. No encuentran cierto paralelismo, o quizá semejanza, en todo esto.

Me niego a pensar que la razón del rechazo a lo viejo (ya personas, ya construcciones) no va más allá de su incapacidad para satisfacer necesidades materiales. Entiendo que hay algo más en todo esto y ubicaria esta ultima razón citada en el terreno de las consecuencias de otra aún mayor que rige y ordena en nuestro pensamiento. Hasta aquí, por lo que a mí respecta.

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