lunes, 1 de noviembre de 2010

Invierno en el Parador

Llegan los vientos y empiezan a bajar las temperaturas. Un invierno más para Don Carlos. O un invierno menos, según se mire. Quejumbroso y tosigoso aparta la cortina de su dormitorio para lanzar su mirada a la calle y a sus transeuntes. Las miradas que por defecto se alzan al Parador y le encuentran se llenan de gratitud y satisfacción, cual regalo del cielo.
No está permitido, ni tampoco es del agrado de don Carlos, detenerse o asombrarse más de lo necesario cuando uno se cruza con la mirada de nuestro adalid.

El invierno en el Parador no es óbice para que el personal que asiste a Don Carlos se uniforme invernalmente sin su consentimiento. Nuestro sabio protector cierra cada año innumerables contratos con las compañías electricas y del gas para caldear todas las estancias del Parador y que sea tan confortable como en cualquier otra estación. Así es nuestro adalid. Siempre cuidando por los que le rodean. A veces es dificil saber quien cuida a quien. (El firmante de estas palabras se permite la confianza con el lector de advertirle de que dos inmensas lágrimas le recorren las mejillas; y es que, las emociones le vencen cuando piensa en el que desde su torre nos mira).

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