martes, 20 de enero de 2009

Perdón

Una de las cosas que más me extraña de la naturaleza humana es lo mucho que le cuesta pedir perdón, me devano los sesos tratando de encontrar una razón que justifique el evitar hacerlo; cuando nuestras conciencias, siempre prestas, son claras y puntuales en el aviso de lo que hacemos mal, de cuando y de cuanto; en su contra, nuestra inteligencia es siempre disuasoria de la responsabilidad, incluso en las ocasiones más triviales en las que todo se reduce a una cuestión de formas y decoro en el trato.

Una de las razones, harto alegada, para evitar la bochornosa situación de pedir perdón, es el hecho de que el perdón, o mejor dicho, la solicitud del mismo, implica siempre la situación despreciable de rebajarse; pero, ¿rebajarse dónde?, ¡A los infiernos!, rebajarse acaso a ser aplastado desde más arriba, desde todo lo que arriba está aquel a quien hemos herido o molestado, lo dudo. Esta pregunta sonroja a quien se la hago en mayor o menor medida, y la respuesta es casi siempre la que ya he dicho.

Hay quien se siente humillado en el hecho de pedir, en el hecho de rogar, se ve dependiente, subordinado; como si la naturaleza humana no nos hiciera ya de por si dependientes hasta el extremo unos de otros; sin embargo, para pedir otras cosas no se siente tan humillado y dependiente, la respuesta claramente maquilla otra cosa, ¿pero el qué?, ¿qué resorte de la cultura judeocristiana nos frena en esto?, cuando precisamente predican lo contrario, el valor de perdonar sin límite y de arrepentirse. ¿Es simple oposición a lo que siempre nos han enseñado?, sería entonces la más infantil de las rebeldías, puede que hasta cierta edad ésta sea la respuesta, pero no sirve en edades más adultas.

Ya estamos como al principio, sin una respuesta clara que explique este comportamiento tan común como equivocado. Quizá sea un error buscar una única razón que desmonte esta forma de ser, es posible que todo un conjunto de hechos en el crecimiento y en la madurez de las peronas desemboque en esto, muy comunes por otra parte, resultando ser este comportamiento hijo de frustraciones y de negaciones de nosotros mismos no superadas o asimiladas. No sé.

Arrojo el guante para quien quiera cogerlo y ayudarme en este desafío.

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