jueves, 15 de octubre de 2009

Siete de la tarde, Parador del Rey (3ª parte)

La multitud enfervorecida aclama a su salvador, a su caudillo, y alza sus brazos hacia la torre llamándolo, aclamándolo y diciéndole toda suerte de elógios y agradecimientos. La réplica, tras su aparición de detrás de las cortinas isabelinas, con su siniestro y ruidoso mecanísmo, se pone frente al barandal de la balconaaaada y alza su brazo en chirrioso y giratorio movimiento contestando y contentando a los allí reunidos.

Son diez minutos los que pasan desde que la réplica sale a la balconaaaada y eleva su brazo para saludar. Tras un minuto ininterrumpido de este movimiento al que sus mecánicos han sabido en llamar “el masturbador”, se activa también el segundo y último movimiento de la réplica, un movimiento giratorio de cintura que hace que Don Caaaarlos salude en todas direcciones.

En la memoria de todos está el día en que la réplica (Parador del Rey, 1969, no se facilitará la fecha exacta a fin de que no se profundice en la escabrosidad de lo acontecido) estando escasamente engrasada, salió para el saludo y en pleno ejercicio salió una chispa fatal de los engranajes y discos de la cintura que enseguida prendió el traje. El fuego se extendió a toda la replica en cuestión de segundos. Así las cosas, el fuego afectó al resto de mecanismos y provocó, lo que todos temían, que ejecutase los movimientos (giratorio y masturbador) a diabólica velocidad, lo que aceleró el incendio de todo el muñeco. La imagen era siniestra y espantosa, la multitud jaleando y gritando que lo detuvieran mientras éste les saludaba a toda velocidad esparciendo su uniforme hecho jirones y en llamas.
Don Caaaaarlos, al percatarse de la situación, salio enloquecido de su habitación en su silla de ruedas y, sable en mano, apagó a su réplica a sablazos mientras lloraba por tal monstruosa situación.

Aquella tarde acabó en aplausos y vítores para Don Caaaaaaarlos, como no podía ser de otra manera. Su gallardía y saber hacer salvaron al edificio de ser pasto de las llamas.

La réplica carbonizada acabó como una Venus descabezada expuesta en el Museo de la Ciudad, donde todavía se conserva.

1 comentario:

Discípulo dijo...

Gracias una vez más por compartir este épico relato que nos da una ligera idea, acaso lejana y no por ello menos reveladora, de la majestuosidad y templanza de un tipo que supo aunar valentía, gallardía, coraje y no poca templanza imprimiendo una personalidad férrea y sin ambages en cada uno de los capítulos que le tocó vivir. Sin duda alguna, Don Caaaaarlos, genio y figura.