martes, 27 de octubre de 2009

Siete de la tarde, Parador del Rey (4ªparte)

Tras su saludo una eterna llúuuuuuvia de pétalos de rosas caen a la balconaaaaaaaaaaada y sobre la réplica coloreando y perfumando la estancia destinada al saludo.

La multitud enloquecida se deshace en elogios, vítores, y braaaaaaavos para don Caaaaaaaaarlos. No cesan en sus gritos pese a la retirada de la réplica y el cierre del balcón (por otra parte obligado pues se perdería la necesaria temperatura de la habitación para el mantenimiento y vida del que fue, es todavía, y ha de seguir siendo).

Las gentes, algunas venidas de tan lejos, no se sacian con la sola aparición de la réplica y pueden estar durante hooooras pidiendo y rogando a Don Caaarlos que aparezca. Los días que hace bueno y nuestro Don Caaarlos amanece risueño y comprensivo se abre una pequeña ventana de la balconada y nuestro siempre protector esputa con la gracia y maneras que le caracterizan a la multitud. El/la/los/las agraciados por el salivazo conservan en su ropa o en su piel tal insigne condecoración tanto como pueden. Es un inmenso honor, que al menos una vez en la vida, y al menos un miembro de cada familia murciana, se vea elegido para portar la sublime esencia.

4 comentarios:

Discípulo dijo...

Arragaida tradición que conforma un punto de inflexión en la vida de todo murciano que se precie y que describe por sí misma la idiosincrasia de esta nuestra bendita tierra. Por suerte, mi familia puede contar con gran orgullo haber tenido el inmenso gozo de recibir el insigne salivazo, auténtico néctar de dioses.

don Conforme dijo...

Doy fe de lo que dice Discípulo. Yo mismo le ví recibir en su cabeza a las diecinueve quince horas de una taaaarde veraniega un voluminoso gargajo. Pese al temblor de manos debido a la emoción, el ungido tuvo aplomo para recoger de su frente el bendito líquido y guardarlo íntegramente minutos después en un frasco de cristal. Desde ese momento, situado en el centro de la mesa del comedor familiar, el mismo don Caaarlos parece acompañar a los comensales en todos sus ágapes.

don Recto dijo...

Yo, como no estoy entre los agraciados, he tenido que valerme de mis influencias sanitarias para hacerme con todo un juego de sábanas recien usadas por Don Caarlos mientras superaba una de sus recurrentes y febriles diarreas. Por supuesto que no guardo tal relíquia en casa, sino en un frigorífico "corberó" de la cámara secreta del Banco de España.

Angustias dijo...

A mi una vez, casi me cae encima la saliba. Incluso ya tenía las manos puestas y la boca abierta para recibirla pero una inoportuna ventolera me la arrebató. ¡Que desgraciada soy! ¡Loor a don Carlos!