lunes, 2 de agosto de 2010

Sucedió en agosto

En las tórridas tardes de agosto los incondicionales de Don Caaarlos no se acobardan en acudir, fieles a su cita, al Parador del Rey, a las siete en punto de la tarde. Don Caaarlos, que no es ajeno al sacrificio y a las incomodidades asumidas por sus acólitos, y siempre sabedor de que en esos hogares no llegará la alegría diaria de vivir hasta que sus miembros no asistan a la cita, se colma de gracia y de dicha y tiene a bien participar a sus hijos (como frecuentemente los llama) de la sombra y el frescor de algunas de las múltiples estancias del Parador, a fin de hacerles más confortable la espera.

En algunas ocasiones Don Caaarlos ha autorizado el baño en las riberas próximas del río, desde las que se puede contemplar la balconaaada del saludo del Parador del Rey. Las inevitables mordeduras de rata, las picaduras de insectos y otras secuelas derivadas de la putridez de los vertidos que arrastran las aguas a su paso por la Ciudad, son asumidas por sus incondicionales como insignificante sacrificio sin parangón con los que Don Carlos soportó protegiendo la Ciudad y a su Rey.

Es intención del escribiente traer a la memoria de los murcianos que lo vivieron y al conocimiento de las nuevas generaciones de murcianos el episodio vivido en el caluroso verano de 1923. Tal mes de agosto como este, en su tercer domingo, encontrándose el puente y sus inmediaciones a rebosar de sudorosos seguidores que esperaban ansiosos a Don Caaarlos. Con un calor de justicia, la multitud se agolpaba expectante llegando de todas direcciones; el jardín Floridablanca, a modo de campamento, había sido habilitado por la Policía como hospital de campaña para atender los cientos de desfallecimientos y demás incidentes que tal aglomeración de personas causaba. Conforme se acercaba la hora magnífica se hicieron correr entre la multitud cántaros con agua fresca y barras de hielo para combatir la sed y el calor de cuantos allí se reunían, evitando, por ende, el continuo ritmo de desfallecimientos por el calor.

A las siete y media de aquella tarde ni una cortina de la balconada del saludo se había descorrido siquiera. La gente se impacientaba a la vez que la preocupación por un posible quebranto en la salud de Don Caaarlos empezaba a hacer mella en muchos. Pero la espera mereció la pena, a las ocho y cuarenta minutos un ventanuco del tejado se abría bruscamente. Un silencio sepulcral se hizo entre las gentes que observantes trataban de adivinar que pasaba tras del mismo. Al minuto, un enfermero vestido de blanco, y de todos conocido, salía con dificultad del ventanuco y trepaba a gatas por el tejado hasta llegar a la parte más alta, apoyándose en la torre del homenaje se levantó y caminó con precaución por el otro agua del tejado. Al poco, habiendo desaparecido el enfermero de la escena, se oyeron unos gritos y el impacto de tejas al romperse contra el suelo; la gente se miraba con asombro, e instantes después, una risa locuela que nadie dudó que era de Don Caaarlos se escuchaba cada vez más próxima.

No puede hacerse el lector una idea, ni tan solo aproximada, de la sensación y la ansiedad de la gente que aguardaba expectante la resolución de lo escuchado hasta el momento.

Efectivamente, precedido de un ruido propio del crujir de tejas, apareció Don Carlos en su pesada silla de ruedas de plomo cromado a gran velocidad (pesa más de cien kilos y fue especialmente hecha para Don Carlos a fin de darle estabilidad y que no vuelque nunca). Como propulsado por una fuerza demoníaca recorría el tejado con una risa alocada y la mirada totalmente perdida. La multitud alzaba sus brazos y gritaba alocada. La silla descendía por el tejado y ganaba velocidad casi a la par. La multitud gritaba un nooooo!!!!!!!!! ensordecedor al ver el pronto final del tejado y de la carrera de Don Caaarlos. Éste, ya un metro del final, saludaba a sus fieles con una mano y con la otra cruzaba una barra de hierro sobre los radios de una de las ruedas inmovilizándola por completo y provocando un quiebre perfecto, más propio de un experimentado esquiador, justo en el momento preciso.


Jardinero de Don Carlos viendolo a toda carrera por el tejado

Con la silla detenida, aunque de espaldas a la caida, las gente resopló y descanso de la ansiedad y nervios vividos hasta el momento. Hasta catorce infartos fueron atendidos en el Jardín Floridablanca por los médicos desplazados para atender a la población murciana.

Para colofón de todo este episodio diré que tras detener la silla de un giro en seco y a una velocidad endiablada, con una pericia inigualable, Don Carlos alzó sus dos manos para ser ovacionado por su público. Éste, como no podía ser de otra manera, se deshizo en ovaciones, vítores y aplausos. Con lo que no contaba nuestro adalid, o quizá así lo quiso, quien sabe, era con que la silla quedó al límite mismo del tejado y de espaldas a la caida. Dos segundos fueron necesarios para que la ruedas girasen y Don Carlos cayera de espaldas a la multitud, con silla incluida. La gente atrapó a Don Carlos evitando así una auténtica catástrofe para la ciudad. No corrió la misma suerte la pesada silla que reventó a cuatro ciudadanos en su primer impacto y tras el primer bote en el suelo a otros cuatro más que se hallaban próximos; dejando, además, a catorce heridos, varios de ellos de gravedad. Días después de esto los ciudadanos afectados exhibían cual medallas o trofeos sus heridas y cicatrices de la silla. En un periódico de la época he llegado a ver un hombre con un radio de rueda que le atravesaba la oreja y una aleta de la nariz.

Termino diciendo que tras el rescate de Don Caaarlos por una apasionada multitud, fue conducido, sin tocar el suelo, y de mano en mano, hasta la mismisima Catedral, pues hasta allí llegaban sus seguidores, y vuelto a traer al Parador.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí abuelo, que estaba presente aquel día, le saltó el eje de una de las ruedas de la silla, acertándole en la cara y marcándosela para siempre. Desde entonces se siente uno de los elegidos. Mandó fundir el eje y hacerse una alianza para él y otra para mi abuela.

don Conforme dijo...
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